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22 de diciembre de 2017 Blog Por

Flores en resistencia

Hace unos días vi la foto de un jardín nevado: una sábana perfecta había caído sobre las flores que adornaban el rincón de alegrías de la persona que lo cuida con laboriosidad y mimo. Era una foto de invierno, de ésas que te hacen ir en busca de un abrigo nada más verlas.

 

Aunque ya llega el verano en el hemisferio sur, me dio por pensar que hace meses que “nieva” en este continente, cayendo un alud tras otro, sin darnos tiempo apenas a reaccionar, cerniéndose el desconcierto sobre quienes trabajamos por los derechos humanos en las Américas, intentando que sean una realidad tangible, algo que traspire y caiga sobre la vida de la gente a este lado del mundo.

 

Las imágenes de este fin de curso nos dejan revueltas en las calles, en las urnas, en los parlamentos, en la Casa Blanca. Noticias que se agolpan en portadas, comunicados y planes de acción y reacción de organizaciones varias. Sucesos en todo el continente: en Honduras, que aprendió en el 2009 que la impunidad es el camino más fácil al poder —hasta la fecha no hay ni un solo condenado por el golpe de Estado—; en México, que lejos de luchar contra la violencia que acucia al país, le da riendas sueltas a una militarización que tanto dolor ha dejado en los últimos años; la pobreza extrema creciendo alarmantemente tanto en Venezuela como en los Estados Unidos, países desde donde se critican, con acciones y discursos, los derechos humanos, usando la institucionalidad para debilitarlos; el retroceso en la lucha de los derechos humanos que crece en Brasil; los esfuerzos porque impere el Fujimorismo, una corriente que proviene de un hombre que durante su gobierno autoritario fue responsable de una innumerable lista de violaciones de derechos humanos, como desapariciones o la esterilización de cientos de miles de mujeres indígenas en Perú; o los recientes casos de represión policial en Argentina, que se manifiesta o bien echando a periodistas del país o refrenando a una masa violenta y violentada. El collage es aterrador y nos empuja hacia el borde del calendario, sin saber qué nos espera al otro lado de la última hoja.

 

“Mi pobre continente”, he oído decir demasiadas veces en los últimos días. Y veo a Yakye Axa, una comunidad indígena esperando desde 1993, en la cuneta de una carretera del Chaco de Paraguay, aguardando el momento en el que el Estado le garantice la entrada a su casa. También veo a otra comunidad, la de los miskitos, asediada, atacada y acallada, en el Norte de Nicaragua, donde llevan años denunciando la situación de pobreza y estrés en la que viven. Y a Teodora, en El Salvador, encarcelada durante 10 años y condenada a estarlo durante 20 más, por perder a su bebé, tras un aborto espontáneo, en uno de los países con la ley de aborto más estricta del planeta. “Mi pobre continente” escucho de nuevo al leer las noticias de las represiones al pueblo mapuche en Chile; de la corrupción sólida, cimentada, en Costa Rica, así como en otros tantos países de la región; del presidente de Guatemala queriendo deshacerse de quien no le ríe los chistes, ya sin gracia, si es que la tuvieron alguna vez; de los defensores y las defensoras de derechos humanos en Colombia, en Honduras, y en todos los lados, sin descanso, viviendo entre amenazas y encontrando a veces el fin de éstas con la muerte.   

 

Vuelvo a la foto del jardín nevado. Junto a la imagen, reparo en que hay una frase que hace las veces de título: Flores en resistencia. Miro con atención y observo que, entre la lanosa pátina de nieve que descansa sobre el vergel doméstico, entre la blancura espesa del invierno, se puede distinguir el púrpura de varias flores, que se resisten a ser enterradas y que asoman el cuerpo, insumisas, batallando las inclemencias del temporal.

 

Ya no veo nieve al mirar la foto. Ahora sólo veo flores. Y pienso en todas las que crecen en el continente y se mantienen atadas a sus raíces, pase lo que pase. Ya no me da vértigo la hoja del mes de diciembre, que tirita, raquítica, bajo el esqueleto de lo que fue otro año más, con pérdidas, con pasos atrás, con despedidas. Pero también con logros, con proyectos y con mucha dignidad. Está en nuestras manos decidir con qué versión nos quedamos.

 

Casos como el de El Mozote en El Salvador, o el de Molina Theissen en Guatemala, han llegado a los tribunales de sus respectivos países, y el caso por la ejecución extrajudicial de Alex Lemún incluso ha sido reabierto por la Suprema Corte de Justicia Chilena siguiendo lo ordenado por la Comisión Interamericana. Además, se ha esclarecido la muerte de Berta Cáceres, el proceso de paz en Colombia sigue su camino y constituyó un paso fundamental para poner fin a un conflicto de 50 años, y hace apenas un mes pudimos presenciar cómo cinco mujeres hablaron ante al mayor tribunal de derechos humanos de las Américas levantando la voz por ellas, por las más de 30 que fueron agredidas en Atenco hace más de 11 años, y por las millones de mujeres en el continente y en todo el mundo, que han sido y son agredidas impunemente.  

 

Vamos cerrando agenda al son de villancicos, con las vacaciones esperándonos a la vuelta de la semana, a punto de celebrar con amigos y familia. Será tiempo de reencuentros y de ponerse al día. De hacer balance. De celebrar victorias y darnos una pequeña tregua para seguir batallando el año que viene —como hacemos insistentemente cada año— lo que nos han parecido las derrotas de éste. La historia se encarga de recordarnos constantemente que, en derechos humanos, las victorias que tardamos décadas en conseguir, pueden perderse en días. Pero lo cierto es que, cuando vemos la nieve, se nos olvida a menudo que debajo hay un mundo que permanece vivo, vibrante, que saca cabeza cuando le es posible, y cuando no, simplemente espera, con paciencia y tesón, a que la nieve se derrita, para poder seguir creciendo.